"Depois do amor" (Tradução de Adriano Nunes)
Não podemos ser. A terra
não pôde tanto. Não somos
quanto se propôs o sol
em um anseio remoto.
Um pé se achega ao visível.
No escuro finca-se o outro.
Porque o amor não é perpétuo
em ninguém, em mim tampouco.
O ódio aguarda seu instante
dentro do carvão mais fundo.
Rubro é o ódio e nutrido.
O amor, pálido e sozinho.
Cansado de odiar, te amo.
Cansado de amar, te odeio.
Chove tempo. Chove tempo.
E um dia triste entre todos,
triste pela terra toda,
triste de mim até o lobo,
dormimos e despertamos
com um tigre entre os olhos.
Pedras, homens como pedras,
duros e plenos de ódio,
colidem-se no ar, onde
colidem-se as pedras, súbitas.
Solidões que hoje rejeitam
e ontem juntavam seus rostos.
Solidões que num só beijo
guardam o rugido surdo.
Solidões pra todo o sempre.
Solidões sem um apoio.
Corpos como um mar voraz,
entrechocado, furioso.
Solitariamente atados
pelo amor e pelo ódio.
Pelas veias surgem homens,
cruzam as cidades, torvos.
No coração enraíza-se
solitariamente tudo.
Rastros sem companhia ficam
como na água, no fundo.
Apenas uma voz, longe,
sempre longe longe a ouço,
acompanha e faz seguir
tal qual o pescoço aos ombros.
Só uma voz me arrebata
este esqueleto espinhoso
de pelo retrocedido
e eriçado que possuo.
Os seus ventos não podem
secar os mares carnosos
e o coração permanece
fresco em seu grilhão de agosto
porque essa voz é a arma
mais tenra de seus arroios:
"Miguel: acordo contigo
depois do sol e do pó,
antes da símile lua,
tumba de um sonho amoroso".
Amor: afasta meu ser
de seus primeiros escombros,
e edificando-me, dita
uma verdade como um sopro.
Depois do amor, toda a terra.
Depois da terra, só tudo.
Miguel Hernández: "Después del amor"
No pudimos ser. La tierra
no pudo tanto. No somos
cuanto se propuso el sol
en un anhelo remoto.
Un pie se acerca a lo claro.
En lo oscuro insiste el otro.
Porque el amor no es perpetuo
en nadie, ni en mí tampoco.
El odio aguarda su instante
dentro del carbón más hondo.
Rojo es el odio y nutrido.
El amor, pálido y solo.
Cansado de odiar, te amo.
Cansado de amar, te odio.
Llueve tiempo, llueve tiempo.
Y un día triste entre todos,
triste por toda la tierra,
triste desde mí hasta el lobo,
dormimos y despertamos
con un tigre entre los ojos.
Piedras, hombres como piedras,
duros y plenos de encono,
chocan en el aire, donde
chocan las piedras de pronto.
Soledades que hoy rechazan
y ayer juntaban sus rostros.
Soledades que en el beso
guardan el rugido sordo.
Soledades para siempre.
Soledades sin apoyo.
Cuerpos como un mar voraz,
entrechocado, furioso.
Solitariamente atados
por el amor, por el odio.
Por las venas surgen hombres,
cruzan las ciudades, torvos.
En el corazón arraiga
solitariamente todo.
Huellas sin compaña quedan
como en el agua, en el fondo.
Sólo una voz, a lo lejos,
siempre a lo lejos la oigo,
acompaña y hace ir
igual que el cuello a los hombros.
Sólo una voz me arrebata
este armazón espinoso
de vello retrocedido
y erizado que me pongo.
Los secos vientos no pueden
secar los mares jugosos.
Y el corazón permanece
fresco en su cárcel de agosto
porque esa voz es el arma
más tierna de los arroyos:
«Miguel: me acuerdo de ti
después del sol y del polvo,
antes de la misma luna,
tumba de un sueño amoroso».
Amor: aleja mi ser
de sus primeros escombros,
y edificándome, dicta
una verdad como un soplo.
Después del amor, la tierra.
Después de la tierra, todo.
In: HERNÁNDEZ, Miguel. "Obra Completa". Madrid: Espasa Libros, 2010.
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